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Madre primeriza, mis cambios

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Ayer fue el día de la madre y me dio por pensar que en esto de ser madres se nos educa pronto, mal y poco. Nos arrean de pequeñas el nenuco y a hacer prácticas. Sí. Pero de mentiras. Ese nenuco, nancy o barriguita no se le parece a ningún niño real que yo conozca. Seguro que recordarán aquella mítica frase de “los animales nacen, crecen, se reproducen y mueren”, que rezábamos antes del examen de “naturales”. Y el hombre es un animal.

Naces y te tiran así al mundo. Desnudo. Sin poder hablar ni comunicarte. Bueno, te dejan una cuerda vocal conectada para que puedas reproducir un llanto. Llanto, que poco a poco vas perfeccionando para darle un tono al hambre, otro al sueño y uno más para el pañal sucio. Necesidades vitales.

Creces, dándote tortazos por todas partes. Experiencia de vida, le llaman. Para cuando te quieres espabilar te ves matriculándote en la Universidad de Sinsinati.

Te reproduces, con suerte. Porque señores, aquí a una le ha costado lo suyo. Toda la vida pensando en la menstrualidad y en que como me descuidase un poco y tuviese una noche ligerita de cascos me iba a ver con un bombo como el de la Lotería Nacional y nada más lejos de la realidad.

Y mueres. No se puede evitar.

Yo me he convertido en madre y nadie me ha dado instrucciones. Miento. Muchos (conocidos y no tanto) se dedican a darme instrucciones. Tan aleatorias como la ruleta de la fortuna. Tan confusas, como un manual de chino. Ser madre no es fácil, pero es bonito. No nos vayamos a quejar ahora.  Y te cambia la vida. También.

Llega un bebé a casa y de repente ya nada es lo mismo. Y no vengo yo a contarles las profecías que habrán oído más que la Macarena, sino otros disparates que no tenía yo tan controlados.

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Dormir con pijamas dispares. Yo, que era digna hasta para meterme en la cama, me encuentro cada mañana con una parte de arriba de un conjunto y un pantalón de otro. Al principio ni me preocupaba, bastante tenía con poder salir de la cama sin ayuda. Una vez empezaron a llegar las visitas observé que dejaba un poco que desear. Después, concluí que estar presentable está sobre valorado. Por mucho que me ataviase, la gente viene a ver al bebé y la mamá es invisible. Y además con los sudores que me traía, consecuencia de la lactancia, los pijamas se cambiaban más deprisa que la velocidad de mi lavadora. Así que, suerte que no he tenido que tirar de chandal del señor esposo. 

Ducharse con un mirón. Y es que cuando el míster desaparece de casa para volver al mundo laboral, te ves con dos brazos menos. Recuerden. Noches de desenfreno dando teta entre cada veinte minutos y cada dos horas. Indecente. Está deseando una darse una ducha. Pero su retoño está “on fire” y no da tregua para unos benditos cinco minutos de agua y jabón. Solución, se le coloca en la hamaca, se le introduce al baño y se le hace el mejor estriptis del mundo. Así día tras día, hasta que ya no hay vergüenza que valga.

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Comer acompañada. Nunca más comerá sola. Olvídese. Su pichón ha desarrollado un instinto animal que detecta cuando la comida está lista. Y aunque hace tres minutos estaba roncando como un bendito, en cuanto el plato toca la mesa y ya tiene usted agarrado el tenedor, aparece ese llanto inconsolable y el retoño acaba en brazos. Al principio no comía. Cuando íbamos de visita a casa de los abuelos, era algún abuelo el que no comía. O comían todos y después yo. Invertía otra hora y media en volver a la teta y a dormirlo. Pero después de diez o doce veces que se repetía la situación, y cansada de comerme la pasta fría, asocié como el perrito de Pávlov y me dije que había que darle otra solución. Comer juntos. Brazo izquierdo noqueado. Brazo derecho atacando al frente. Daños colaterales, unas manchas de tomate en la cabeza. A lo sumo. No creo que me quiten la custodia por eso. Chsss!!

Volver a escuchar los clásicos de siempre. Un buen día mi madre empezó a dormir a mi sobrino tarareando “El Danubio Azul”. Desde entonces sabemos que es una nana infalible. Así que hemos dejado de escuchar grandes éxitos para escuchar los clásicos de siempre. No me pregunten cuál es el top 1 de los cuarenta principales. Spotify habrá notado que me he vuelto cultureta, o que he envejecido diez años luz. La cuestión es que cuando esta canción entra en bucle, ya no hay quien nos pare. Hasta cepillándome los dientes lo hago al ritmo de la dichosa sinfonía. El que me haya visto por instagram pintando la cajonera de hace dos o tres post sabrá que ese mueble tiene más de Johann Strauss que él mismo.

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Y hasta aquí alguno de los grandes cambios. Otros? Haberlos, haylos. Pero si algo cambia queridos, es el tiempo disponible. Y aunque una hace garabatos sabe que lo puede hacer mejor, así que espero traerles pronto otra nueva entrega de semejantes disparates de una vida de madre primeriza.

Siempre suya,


Mrs. Maple 

 

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